10.- Gaia (parte 2). De cómo el capitán Ballenato aparece en Villairreal.

II - Un extraño personaje.

De esta manera llegó hasta nuestro ilustre historiador el conocimiento de tan curioso personaje. Y de esta manera fue como él nos lo hizo llegar al resto de los mortales, con las propias palabras de la Tía Parraca, mujer grande y sólida cual roble, cuya profesión era la de ayudar a parir por igual tanto a jóvenes primerizas como a vacas perezosas o yeguas pellejudas, y que, como hemos podido comprobar, tenía además un especial arte para narrar historias.

10.- Gaia (parte 1). De cómo el capitán Ballenato aparece en Villairreal.

I- Una extraña aparición.


Aún recuerdo cuando la tía Parraca me contó la historia del capitán Ballenato. Todos los niños acudíamos a ella para que nos contase historias y cosas divertidas, como decía mi abuela que se hacía antiguamente para pasar el rato cuando la televisión y la radio no existían. Este es su relato. Ella decía que era cierto, pero probablemente nunca lleguemos a saberlo. Eso sí, ponía su voz de misterio para contarnos la historia de la aparición del capitán Ballenato en el pilón del pueblo y su encuentro con Pedro "porrón calavera" :


"Era una mañanita fresquita y húmeda de esas que amanecen de vez en cuando en nuestro pueblecito, que cuando quiere es muy jodido él. Si no recuerdo mal, estamos hablando del 21 de marzo de 1854… Sí, del 54. Esta historia me la sé de carrerilla porque mi abuela me la contaba una y otra vez estando yo en sus rodillas, y la pobre se meaba de risa y yo con ella…¡uy, perdonad chicos, estas cosas no deben decirse delante de los niños!...
     Pues eso… la primavera ya había llegado, pero en forma de tempestad. Aquella noche había llovido a jarros. El viento se coló como un demonio por todas las rendijas de nuestras casitas y los truenos y los relámpagos se contaron por centenas, ¡Qué digo centenas, POR DOCENAS! ¡Pues vaya, después de todo en esta otra dimensión de la realidad también hay tormentas de lujo, sí señor! Pero eso no fue lo que sorprendió a los vecinos de Villairreal, no señor. Lo que les sorprendió fuelo que se encontraron en el pilón de la fuente cuando fueron para allí, y que no era ni más ni menos que un tipo de unos 45 años sentado dentro, con el agua hasta el pecho y una pinta de desorientado que daba lástima, el pobrecico. Llevaba barba de 15 ó 16 días, y el pelo que le escapaba de debajo de su gorra de marinero estaba tan ensortijado que se confundía con los aretes de sus orejas. Tenía en la boca un gesto tenso y retorcido y de ella le brotaba una larga y curvada pipa con la cazoleta rebosante de agua. El poncho que le cubría era de esos impermeables, pero rajado por todos lados y mientras con la siniestra se agarraba al borde del pilón como si la vida le fuera en ello, con la diestra sujetaba un viejo arpón ballenero oxidado que nadie duda que algún día gozó de buena punta pero que ahora parecía más bien un sacacorchos gigante. Se diría que ese pobre hombre aún creíase a bordo de alguna barca en mitad de la tempestad. 
La gente se iba congregando poco a poco alrededor del pilón, pero nadie osaba acercarse al forastero. Unos hablaban bajito entre sí y otros comentaban algo en voz alta esperando alguna reacción de aquel marinero surgido de la nada… pero él seguía mirando fijamente al agua del pilón, con la vista perdida más allá del fondo, como si una serpiente marina o algo aún más terrorífico estuviera allá abajo sosteniéndole la mirada retadoramente.
La verdad es que la situación empezaba a ser un tantito tensa e incómoda. Ni siquiera el alcalde parecía sobreponerse y reaccionar. Menos mal que en ese momento surgió por una de las calles el magnífico Pedro Porrón Calavera, desequilibrándose con el porrón medio vacío que llevaba en la mano, y cantando a grito pelado una romanza que ni él mismo era capaz de reconocer. No. No penséis que a Pedro le hubiera dado por madrugar aquella mañana, lo que ocurre es que aún no se había acostado, y estaba buscando un lugar seco donde soltar los huesos, que de humedad ya iba él sobrado por dentro. Pero, ¡ay, chiquillos!"
En este momento, dábamos todos un respingo, porque nadie se esperaba ese grito...
"Cuando Pedro divisó el borroso grupo de gente, que para él se hacía incluso el doble de grande de lo que en realidad era, dió un  respingo y dijo: “¡Pero leñess, si hay baile en la palaza!” -Y para allá que se fueron él, su porrón y su romanza, dando saltitos joteros y derramando vino sobre mojado:



- Venga, a bailar. Yo también quiero bailar. ¿y la música?- empezó a gritar cuando llegó hasta ellos.
-Ssssh…! Calla ahora Pedro- Soltó el alcaide que, al parecer, ya comenzaba a sentirse en la obligación de hacer algo- ¿No ves lo que hay en el pilón?
Pedrito miró bizcamente hacia el pilón y dijo con su lengua de sapo:
-Andalaaaá…!¡Dos marineritos!  Je, je, je, je… Que nooooo… Hombereee… Que sólo hay unoooo… Nostoy tan borruachiooo…!! Bueno, ¿Y se pué saber qué demonio saceis toos aquí mirándole? ¿Eh? ¿¡Andestá lospitalidá deste puebolo, Eh?¡Eh? ¡coñe! ¡Deste puebolo…! ¡Eh, eh?
Y tras soltar tan acertado discurso, se metió sin pensarlo ni una vez en el pilón, y se sentó frente al extrañado extraño. Extendióle entonces el porrón y gritóle:
-¡Coñe, coñe y coñe…!¡Aquí en Villairreal saludamos así a los visitantes! ¡BEBE
Y de pronto el marinero pareció regresar de muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuy lejos. Parpadeó varias veces, o quizás alguna más y se quedó observando a aquel tipejo de cara colorada que acababa de sentarse ante él, con aquel cigarrillo empapado colgándole de la sonrisa boba y que le estaba ofreciendo un trago de vino en un porrón. Un enorme escalofrío sacudió violentamente su cuerpo, lo cual provocó que por fin se diera cuenta de dónde estaba metido. Discurrió con la mirada hasta el borde del pilón, y luego más allá, hasta descubrir con sorpresa el público que le rodeaba. Observó a aquella multitud durante unos breves instantes (de 3 ó 4 segundos cada uno) y entonces volvió la cabeza de nuevo hacia el porrón, y con toda tranquilidad, como si ésta fuera la forma habitual de despertarse cada mañana, lo tomó con decisión , y gruñendo un escueto “graciass” extrajo de aquel recipiente un larguísimo hilo encarnado que se fue deslizando por su garganta hacia el abismo de sus entrañas".


Esta es una de las historias que nos contaba la tía Parraca, en los días lluviosos en que no podíamos ir a jugar a la calle y nos gustaba sentarnos alrededor de ella y del fuego, comiendo castañas (si era el tiempo y las había) y escuchando aquellas raras historias...