1.- Puerta mítica.

Benito Cantalapiedra (1890-1981)
Técnicamente hablando, sería muy sencillo dar con una de las varias (se cree) entradas mágicas que Villairreal posee y disfrutar por un tiempo de las delicias de este pueblo.
"Tan sólo" habría que ir paseando por toda la superficie del planeta, interpretando, con una flauta o silbando sin parar la tonadilla de acceso, hasta que sintiéramos que por fin hemos entrado en las ricas viñas de Villairreal.

Muchos lo han intentado. Y no pocos lo han logrado.


El propio Benito Cantalapiedra pasó más de 30 años intentando regresar para poner en orden los numerosos datos confusos que le habían quedado de su primera visita y así poder rematar su magna obra histórica. Pero vayamos al principio:
Con tan sólo 18 años (1908), Benito oyó hablar por primera vez de aquel pueblo oculto en la geografía española. Fue un buhonero de aspecto lúgubre, que gracias a los 6 dedos que poseía en cada mano era capaz de tocar una larguísima flauta de boj, el que le narró las maravillas que allí podría encontrar si conseguía llegar, y el que le enseñó la delicada tonadilla que le permitiría acceder a la puerta mítica.
En 1915, cuando nuestro protagonista contaba con 25 añitos, y sus amigos y él estaban ya hasta el colodrillo de ir silbando siempre la misma melodía, ocurrió el milagro del azar. Era el mes de agosto y acababa de terminar por fin la carrera de Historia. Estaba de excursión con sus amigos por la sierra de Gredos. Caminaba junto a la compañera que más tarde sería su esposa, Carolina Calatrava. Ambos iban solos silbando la melodía, pues los demás compañeros se habían adelantado para evitar el dolor de cabeza que les ocasionaban con su monótona insistencia. De pronto sintieron la extraña sensación de encontrarse en otro lugar que no tenía nada que ver con la sierra de Gredos. El terreno era más llano y verde. Un acogedor río flanqueado por sauces y álamos discurría frente a ellos con un murmullo relajante. Al otro lado, extensas y cuidadas viñas, más allá, un modesto campanario flotando en un mar de tejados rojos... De los demás compañeros, ni rastro.
Tardaron poco en darse cuenta de que lo habían conseguido. Con la piel erizada y una sonrisa bobalicona se miraron y dijeron: ¡Albricias, estamos en Villairreal!
Evidentemente fue una experiencia reveladora para nuestro tierno y apasionado historiador, que se pasó 3 meses con su amiga Carolina, recopilando datos y hablando con los lugareños para recabar toda la información que le diera tiempo. Cuando volvió a Madrid (volver es muchísimo más fácil) traían bajo sus brazos montones de folios de tosco papel, en los que habían recogido cientos de leyendas, historias pretéritas y presentes, costumbres, bocetos de vestimentas, utensilios e instrumentos, y por supuesto, ricas y misteriosas coplillas que formaban el legado del saber popular de aquel lugar.
Ambos corrieron raudos y veloces a visitar a sus amigos y narrarles lo acontecido, pero ellos se rieron irónicamente y no creyeron ni una sola palabra. Era mucho más fácil para ellos pensar que, ¡ay pillines!, lo que había ocurrido es que los dos enamorados se habían fugado lejos para vivir su pequeño romance. Es más, les echaron una buena bronca por haberse ido sin decir nada, dejándoles preocupadísimos y buscándoles durante semanas.
A partir de aquella experiencia, la vida de Benito Cantalapiedra sólo tuvo 2 pasiones: Su amada Carolina Calatrava, con la que contrajo matrimonio el 25 de febrero de 1916, y escribir el voluminoso libro Villairreal la chica, historia de un pueblo oculto el cual vio la luz el 25 de Febrero de1920.
Con 30 años Benito había conseguido su objetivo profesional. Pero sólo tenía una obsesión en su cabeza: volver a Villairreal. Primero, porque echaba de menos todo aquello, principalmente a sus gentes, entre las que había hecho algunos valiosos amigos, y segundo porque escribiendo su tratado se había dado cuenta de la inmensa cantidad de datos que le faltaban por recoger. Deseaba poder algún día regresar y así escribir una edición ampliada, revisada y mejorada de su voluminoso libro. Ni que decir tiene que se dedicó durante toda su vida a recorrer los parajes de Gredos con una flauta dulce, esperando encontrar de nuevo la puerta. El pobre parecía un pastorcillo enamorado, cada vez más desesperado al no lograr alcanzar su objeto de deseo. Y es que, por lo que se ha podido averiguar mucho después, parece ser que la susodicha puerta o puertas, si es que existen efectivamente más de una, no son puntos fijos sobre la corteza terrestre, sino que, al estar originadas por alguna suerte de conjunción astral que aún no se ha podido determinar, éstas se mueven lenta pero constantemente, con lo cual, volver a dar con ellas es siempre una verdadera hazaña.En fin, abreviando que es gerundio diremos que hasta el año 1952, Benito no logró regresar al pueblo. Contaba 62 años y ni se acordaba ya del tema, pero por casualidad entró. Y pudo aún con 74 años, el 25 de febrero de 1964, editar su famosísima "Historia revisada de Villairreal la chica".

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