Somos los miembros del grupo de música folk "El Porrón Mágico". Con este blog queremos dar a conocer lo que hacemos, que no sólo es música.
¡Bienvenidos y bienhallados!
Esta historia narra la leyenda contada por los abuelos a los nietos alrededor del fuego, ya que la mayoría de las historias contadas en Villairreal se basan en la tradición oral como en cualquier región con una larga tradición popular. En ella se cuenta cómo a dos personajes del pueblo, en una noche de luna llena, se les aparece el demonio y le propone un pacto por sus almas. Estos dos hombres deciden aceptar el pacto. Lo curioso de este pacto no es que vendieran sus almas, si no lo que recibieron a cambio: ¿mujeres, dinero, poder? Nada de eso; lo que recibieron a cambio fueron unos toneles de vino que jamás se terminaba, con lo que podían dar rienda suelta a sus borracheras. La letra de la canción cuenta como estos dos hombres recuerdan de la noche de la “transacción”.
Hace muchos siglos, en Villairreal cohabitaban básicamente dos familias: Los Nimus y los Nonimus. Los que se apellidaban Nimus eran de condición humilde. Precisamente su apellido proviene del latín: "Omnis mus" que viene a significar algo así como "Todos los ratones", haciendo alusión a las condiciones en que tenían que vivir estas familias de economía precaria. En cambio, los que adoptaron el apellido Nonimus, eran familias pudientes que vivian en casas y calles mucho mejor cuidadas. Su apellido provenía igualmente del latín: "Non in mus", es decir, "No con ratones". El caso es que con el tiempo, la variedad de familias y apellidos fue aumentando, como es lógico. Benito Cantalapiedra, revisando concienzudamente los censos de Villairreal, pudo certificar que el último Nimus del pueblo falleció el 4 de Noviembre de 1690, mientras que de la familia Nónimus no se tiene ninguna constancia más allá del fallecimiento, el 5 de Noviembre de 1761 del que se supone fue el último miembro. Pues el caso es que toda esta historia ha provocado que, desde hace muchísimo tiempo, cada vez que alguien canta una canción antigua y de autor desconocido, se dice que es "de Marianónimo", como para indicar que podía haberla compuesto tanto un Mariano Nimus, como una María Nonimus, es decir, que ¡vaya usted a saber quién diablos habrá inventado esta tonadilla! Y eso es lo que ha pasado con esta canción, balada romántica, de desamores, que une la melodía con un ritmo de vals y que al final acaba con un blues… Algo extraño si se tiene en cuenta que esta melodía tiene muchos años.
Acónito Áureo es quizás el personaje más misterioso y apasionante de todo el elenco de Villairreal. No existe absolutamente ningún dato sobre las fechas en que vivió y murió este vecino de Villairreal que consagró toda su vida a la alquimia y a las artes mágicas, pero, a juzgar por el nombre con el que firmó sus 23 tratados conocidos, debió de existir en los siglos XVII o XVIII, ya que en aquel largo período fue una costumbre muy arraigada la de bautizar a los neonatos con nombres de plantas. Se dice que este individuo huraño y solitario descubrió la forma de invocar y dominar a cualquier ser mágico (maligno o benigno) de la zona, por poderoso que éste fuera, así como de expulsarlos de la región o incluso eliminarlos definitivamente. Según la "Historia revisada de Villairreal la chica" del profesor Benito Cantalapiedra: "...esta especie de brujo o "paracientífico", como le gustaba denominarse en sus tratados, gozó de una fama enorme por toda la región por su capacidad para sanar todo tipo de males, ya fueran físicos o psíquicos [...] y ayudar con las cosechas y el ganado de los lugareños". Sin embargo, según narra más adelante: "Por los pocos y esquivos testimonios que he conseguido recoger, Acónito Áureo murió en la hoguera, víctima del odio provocado con sus últimos hechizos demoníacos". Según pudo constatar: "...fue poco a poco amargándose su carácter y granjeándose el miedo de la gente [...]; tras el miedo vendría el odio". Lo que ni siquiera el profesor Cantalapiedra ha podido descubrir es el motivo por el cual este científico mago, que dedicó toda su vida a ayudar a los demás, acabó realizando magia negra y queriendo hacer daño al pueblo de Villairreal. Entre los tratados que escribió Acónito están: *"Alquimia fácil y principios de metamagia". *"Uso de batracios y reptiles para curas y enmiendas". *"Tratado de monstruos y fantasmas". *"El Rethílico. Manual de bebedizos alcohólicos". Es una verdadera lástima que no fechara ninguna de sus obras, ya que así hubiéramos podido concretar la época en que vivió. Otras obras de Acónito, igual que las anteriores manuscritas y conservadas como valiosísimos ejemplares en el Museo Antropológico de la Iglesia de Villairreal son: *"Manual de Hadas. Recogida, conservación y usos". *"Pangea. Poderes mágicos de los 7 elementos (sic)". *"Alquimia avanzada". *"Tratado de la falsa locura o locura amorosa".
Como hemos dicho antes, parece ser, por lo que cuentan las innumerables leyendas que giran en torno a este individuo, que realmente llegó a sintetizar la piedra filosofal y utilizarla para crear infinitas pócimas y bebedizos de eficacia insuperable. De hecho, son unos cuantos los científicos del siglo XX que han intentado reproducir sus fórmulas, constatando la eficacia de muchas de ellas. Pero ocurre que a una gran mayoría les falta un ingrediente esencial, algo que Acónito dio en llamar Cogniaurum (coñiauro) y que se supone que es algún compuesto obtenido a través de la piedra filosofal, aunque seguramente lo descubrió de pura coña, de ahí su nombre…
Los primeros datos que el ilustre historiador Benito Cantalapiedra ha podido recopilar sobre la familia Olivares datan del siglo XV. En ellos ya se habla de que, la muy digna profesión a la que decidieron dedicarse en cuerpo y alma, era la de buscar agua para los vecinos de Villairreal. Puede decirse que, en su día, no existió ni un sólo hogar que no disfrutara de agua de pozo gracias a las facultades que los Olivares poseían. Ellos descubrieron que la mejor madera para ejercer de zahorí era la de una variedad endémica de olivo (olea europaea) que sólo se encuentra en Villairreal y en una región remota de Grecia (se le llama popularmente “olivo secorro"). Con constancia y dedicación desarrollaron una sofisticadísima técnica con la que detectaron, con excepcional precisión, las corrientes subterráneas de la zona e incluso determinaron, con menos de 30 centímetros de margen de error como media, la profundidad a la que se hallaban dichas corrientes. Y la cosa no quedó ahí. No conformes con esta capacidad, investigaron y practicaron hasta conseguir diferenciar, con la sola vibración de sus varitas, tanto el caudal medio de las corrientes de agua como el tipo de agua que discurría por ellas: Si se trataba de agua dulce, salina, ferruginosa, curativa o, como ellos las bautizaron, "aguas ebrias", es decir, un tipo de corrientes subterráneas que hasta el momento sólo se han hallado en esta zona del planeta y que por sus componentes minerales y químicos pueden llegar a embriagar si se beben en la cantidad y temperatura adecuadas (parece ser los efectos van aumentando a medida que se consumen a una temperatura más próxima a la del hervor, es decir, los 100 grados centígrados). Sin duda este último dato es el que hizo que, ya en el siglo XVIII, Nenúfar Olivares quisiera investigar por su cuenta con otros tipos de maderas para poder descubrir SOBRE TODO los manantiales de "aguas ebrias". Nenúfar Olivares, hijo del reputadísimo Cálamo Olivares, se convirtió en un vecino bastante popular debido a sus descomunales borracheras (quizás sólo superadas en su día por Don Pedro Porrón Calavera), y pronto fue vox populi que sus varitas no servían en modo alguno para descubrir manantiales de agua potable que pudieran convertirse en pozos para el hogar. Todo lo más que llegaba a descubrir con sus palitos eran estas otras aguas que no traían más que consecuencias nefastas para todo aquel que caía en el vicio de consumirlas ya que a los efectos emborrachadores habrían de unirse las graves lesiones que los viciados se producían en el estómago al forzarse una y otra vez a tomarlas lo más calientes posibles con el fin de conseguir el máximo de sus propiedades. Hay datos suficientes, recopilados por Benito Cantalapiedra, como para afirmar que en sus últimos años, Nenúfar Olivares usó varitas de zahorí fabricadas con madera de vid, las cuales tan sólo le llevaban a los lugares estratégicos en los que se escondían los lagares de los vecinos, las bodegas subterráneas y por supuesto, todos los bares del pueblo. Este hecho originó que los habitantes de Villairreal, haciéndole constante objeto de chanza, le pusieran el sobrenombre de "Huelebares". Ni que decir tiene que este pobre hombre acabó en la más absoluta miseria, ya que nadie quiso recurrir nunca más a sus servicios, además de soltero, sin descendencia reconocida, aunque se le atribuye la paternidad de un tal Ranúnculo y de un tal Olmo, pero nunca se pudo demostrar, y afectado de una demencia alcohólica que le llevó a la muerte. Paradójicamente lo que acabó con su vida fue el agua, ya que cayó, en el curso de una descomunal borrachera, a un abrevadero de vacas del que no logró salir nunca jamás por su propio pie. Con la muerte de don Nenúfar terminó una estirpe de zahoríes que sin duda alguna fue esencial para el asentamiento y posterior progreso de nuestro queridísimo pueblo de Villairreal. Nenúfar tuvo dos hermanas, Enea y Egeria Olivares, pero ¡qué curioso!, parece que esa extrema sensibilidad para encontrar agua sólo se trasmitía en el cromosoma Y.
Sé que ustedes lo tomarán a broma, pero les aseguro que lo que les contamos es auténtico y puede comprobarse en los censos de Villairreal: Toribio nació el 1 de Enero de 1800 a las 2:05 y falleció el 31 de Diciembre de 1899 a las 23:50. Cien años justos de vida. Cien años arrastrando su cuerpo tullido. Cien años sin encontrar con quién hacer el amor ni siquiera una sola vez (ni las profesionales lo aceptaron). Para colmo, a pesar de que dedicó más de 80 años de su vida a vender lotería por las calles y los bares del pueblo de Villairreal, jamás dio un solo premio. A pesar de lo cual la gente, movida por la compasión, y porque era el único lotero de la región, siguió comprando sus cupones permitiéndole de esta forma malvivir. A Toribio le compusieron una canción, cruel como ella sola, de la cual no se conoce a su autor, pero qué duda cabe que supo reflejar la triste realidad de este personaje y el tipo de relación que tenía con los demás vecinos. Hay una segunda tonadilla dedicada a él, mucho más lírica y compasiva, descubierta por nuesro ilustre historiador, Benito, de una manera tan casual que casi parece milagrosa. Fue así: El día anterior a su marcha definitiva de Villairreal, pues ya no le daría tiempo a volver nunca más, paseaba Don Benito por las calles del pueblo intentando grabar por última vez en su memoria aquellas construcciones y aquellos paisajes que tanto amaba, cuando de pronto oyó a una anciana canturrear a la puerta de su casa una melancólica tonada que mencionaba a este personaje que él conocía tan bien. Don Benito entabló conversación con la senil anciana, y a duras penas consiguió sacarle la letra y melodía completas de la susodicha canción. Pero lo que más le fascinó fueron las explicaciones que ella le dio de su origen. Parece ser que al poco de morir Toribio, la estanquera del pueblo, una señora gordísima y paralítica de cintura para abajo que jamás salía de su estanco, desveló lo enamorada que había estado del lotero componiéndole esta bella canción que intentaba contrarrestar aquella otra tan despiadada. Es una pena que tal confesión llegara tan tarde ya que estamos seguros de que Toribio hubiera marchado de este mundo con mejor sabor de boca de haber sabido que al menos una mujer en este mundo no le veía como un ser abominable. La anciana que por casualidad transmitió a Don Benito esta joya musical era ni más ni menos que la nieta de la estanquera enamorada. Nosotros hemos querido rendir homenaje a estos vecinos uniéndolos musicalmente, ya que no pudieron hacerlo corporalmente. El resultado final parece así cobrar un carácter más compasivo y justo. ----------------------------------------------------------------------------------
Benito Cantalapiedra (1890-1981) Técnicamente hablando, sería muy sencillo dar con una de las varias (se cree) entradas mágicas que Villairreal posee y disfrutar por un tiempo de las delicias de este pueblo. "Tan sólo" habría que ir paseando por toda la superficie del planeta, interpretando, con una flauta o silbando sin parar la tonadilla de acceso, hasta que sintiéramos que por fin hemos entrado en las ricas viñas de Villairreal.
Muchos lo han intentado. Y no pocos lo han logrado.
El propio Benito Cantalapiedra pasó más de 30 años intentando regresar para poner en orden los numerosos datos confusos que le habían quedado de su primera visita y así poder rematar su magna obra histórica. Pero vayamos al principio: Con tan sólo 18 años (1908), Benito oyó hablar por primera vez de aquel pueblo oculto en la geografía española. Fue un buhonero de aspecto lúgubre, que gracias a los 6 dedos que poseía en cada mano era capaz de tocar una larguísima flauta de boj, el que le narró las maravillas que allí podría encontrar si conseguía llegar, y el que le enseñó la delicada tonadilla que le permitiría acceder a la puerta mítica. En 1915, cuando nuestro protagonista contaba con 25 añitos, y sus amigos y él estaban ya hasta el colodrillo de ir silbando siempre la misma melodía, ocurrió el milagro del azar. Era el mes de agosto y acababa de terminar por fin la carrera de Historia. Estaba de excursión con sus amigos por la sierra de Gredos. Caminaba junto a la compañera que más tarde sería su esposa, Carolina Calatrava. Ambos iban solos silbando la melodía, pues los demás compañeros se habían adelantado para evitar el dolor de cabeza que les ocasionaban con su monótona insistencia. De pronto sintieron la extraña sensación de encontrarse en otro lugar que no tenía nada que ver con la sierra de Gredos. El terreno era más llano y verde. Un acogedor río flanqueado por sauces y álamos discurría frente a ellos con un murmullo relajante. Al otro lado, extensas y cuidadas viñas, más allá, un modesto campanario flotando en un mar de tejados rojos... De los demás compañeros, ni rastro. Tardaron poco en darse cuenta de que lo habían conseguido. Con la piel erizada y una sonrisa bobalicona se miraron y dijeron: ¡Albricias, estamos en Villairreal! Evidentemente fue una experiencia reveladora para nuestro tierno y apasionado historiador, que se pasó 3 meses con su amiga Carolina, recopilando datos y hablando con los lugareños para recabar toda la información que le diera tiempo. Cuando volvió a Madrid (volver es muchísimo más fácil) traían bajo sus brazos montones de folios de tosco papel, en los que habían recogido cientos de leyendas, historias pretéritas y presentes, costumbres, bocetos de vestimentas, utensilios e instrumentos, y por supuesto, ricas y misteriosas coplillas que formaban el legado del saber popular de aquel lugar. Ambos corrieron raudos y veloces a visitar a sus amigos y narrarles lo acontecido, pero ellos se rieron irónicamente y no creyeron ni una sola palabra. Era mucho más fácil para ellos pensar que, ¡ay pillines!, lo que había ocurrido es que los dos enamorados se habían fugado lejos para vivir su pequeño romance. Es más, les echaron una buena bronca por haberse ido sin decir nada, dejándoles preocupadísimos y buscándoles durante semanas. A partir de aquella experiencia, la vida de Benito Cantalapiedra sólo tuvo 2 pasiones: Su amada Carolina Calatrava, con la que contrajo matrimonio el 25 de febrero de 1916, y escribir el voluminoso libro Villairreal la chica, historia de un pueblo oculto el cual vio la luz el 25 de Febrero de1920. Con 30 años Benito había conseguido su objetivo profesional. Pero sólo tenía una obsesión en su cabeza: volver a Villairreal. Primero, porque echaba de menos todo aquello, principalmente a sus gentes, entre las que había hecho algunos valiosos amigos, y segundo porque escribiendo su tratado se había dado cuenta de la inmensa cantidad de datos que le faltaban por recoger. Deseaba poder algún día regresar y así escribir una edición ampliada, revisada y mejorada de su voluminoso libro. Ni que decir tiene que se dedicó durante toda su vida a recorrer los parajes de Gredos con una flauta dulce, esperando encontrar de nuevo la puerta. El pobre parecía un pastorcillo enamorado, cada vez más desesperado al no lograr alcanzar su objeto de deseo. Y es que, por lo que se ha podido averiguar mucho después, parece ser que la susodicha puerta o puertas, si es que existen efectivamente más de una, no son puntos fijos sobre la corteza terrestre, sino que, al estar originadas por alguna suerte de conjunción astral que aún no se ha podido determinar, éstas se mueven lenta pero constantemente, con lo cual, volver a dar con ellas es siempre una verdadera hazaña.En fin, abreviando que es gerundio diremos que hasta el año 1952, Benito no logró regresar al pueblo. Contaba 62 años y ni se acordaba ya del tema, pero por casualidad entró. Y pudo aún con 74 años, el 25 de febrero de 1964, editar su famosísima "Historia revisada de Villairreal la chica".
Algunos creen que la magia no existe, pero… ¿y si un día paseando por el campo silbando una melodía, de repente parece que te encuentras en un sitio distinto donde el tiempo, el espacio y la luz es diferente? Es Villairreal, un pueblo desconocido, el cual, mediante el hechizo de un brujo en el siglo XVII, envió a toda la población a un mundo paralelo. Embárcate con nosotros en un pequeño viaje para conocer a los singulares personajes que habitaron en este mágico lugar.
¡BIENVENIDOS! ----------------------------------------------------------------------------------- Quelques personnes pensent que la magie n'existe pas, mais... Qu'est-ce que s'arrive si un jour, vous vous promenez par la campagne, en sifflant une melodie et, soudain, tour l'endroit change, le temps, l'espace et la lumière sont différents? Il s'agit de Villairreal, un village inconnu, lequel, un sorcier au XVIIe siècle, à travers d'un sortilège, fût déplacé à un autre monde parallèle. Voyagez avec nous pour connaître tous les personages très bizarres qui ont vécu dans ce lieu si magique.